lunes, 12 de diciembre de 2011

Cuentacuentos (30)

Frase de Brian.

- No sabía que en la guerra hay monstruos más terribles que el hombre. Bueno, guerra, ya me entiendes…

Él sonreía, parecía contento, al fin y al cabo ahora podía expresarse sin problemas. Yo le escuchaba, intentando ocultar lo orgullosa que me sentía al oírle. Esa conversación habría sido imposible hacía tan solo un mes (¡o incluso una semana antes!) y ahora ahí estaba, explicándome su situación como si lo hubiera hecho miles de veces.

Yo le escuchaba atentamente. Sabía lo importante que era prestar atención a su discurso, estaba depositando su confianza en mí y no quería decepcionarle. Nadie había conseguido sacarle más de dos frases seguidas, siempre tan reservado. Ahora empezaba a contarme cómo había decidido dejarlo todo para venir a España, lo que había sufrido hasta llegar aquí, lo difícil que le parecía todo… Aunque le comprendía, intentaba hacerle entender que nosotros podíamos ayudarle hasta cierto punto porque, por desgracia, no hacíamos milagros.

- Lo sé, eso es lo que yo digo. Antes pensaba que todo era culpa vuestra, o de los otros españoles, pero ahora… La guerra de la que yo hablo no es con personas, ¿sabes? Son otras cosas, como las leyes. Esos monstruos que no me dejan hacer nada. No tengo papeles, y vosotros tampoco podéis hacer nada, ¿entiendes? Es muy difícil en España…

Seguía atónita, casi no podía creer que ese chico fuera el mismo que la semana anterior venía a clase y apenas participaba. A mí, en el fondo, como profesora me dolía que no aprovechara más las clases. Justificaba mi rabia pensando que se hacen por y para ellos. Sin embargo, no podía culparle. Demasiadas cosas en la cabeza, demasiados problemas y demasiado poco tiempo para hacer algo al respecto.

- Bueno, me voy, que tienes mucho trabajo. Nos vemos el jueves, ¿no?

- Claro – dije asintiendo y sonriendo. – ¡Hasta el jueves!

- Ah, y gracias…

- A ti.



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Perdonad esta entrada un poco rara, pero me apetecía escribir algo así. Basada en parte en mi experiencia enseñando español a inmigrantes, hay otras cosas que podrían perfectamente pasarme el día menos pensado. Aunque probablemente nunca la lean, se la dedico a ellos, a mis alumnos, que me aportan más de lo que se imaginan. De ellos aprendo cada día, no sólo a enseñarles nuestra lengua sino a valorar muchas cosas que solemos dar por sentadas. Además, siempre te dan las gracias por todo, incluso por enseñarles español, que es mi trabajo. Por desgracia mucha gente no lo entiende ni lo entenderá nunca, creen que cuando llegan a España todo son ayudas y se les da todo hecho pero, curiosamente, supongo que nadie quiere cambiarse por uno de ellos. ¿O me equivoco?

domingo, 4 de diciembre de 2011

Cuentacuentos (29)

¡Vuelven los CuentaCuentos! :)

Deseaba que fueras tú. Lo deseaba con toda mi alma. Había pensado en ello tantas veces que parecía demasiado bueno para ser verdad. De hecho, la realidad superaba todas mis expectativas, y eso no era precisamente fácil. Aunque hubiera intentado planearlo yo misma, no habría sido tan perfecto.

Llevaba meses soñando con ese momento, cada mañana me despertaba pensando en ello, pasaba horas y horas cada día imaginando cómo sería si ocurriera de verdad. Lo cierto es que se había convertido en una obsesión para mí, no podía pensar en nada más. Nadie me había hecho tanto daño en toda mi vida, y te odiaba, te odiaba tan profundamente que tan sólo desear tu muerte podía ayudarme a seguir adelante.

Esa tarde, cuando supe lo que había pasado, me sentí aliviada. Por fin había ocurrido lo que tanto anhelaba, por fin había conseguido librarme de ti, y ni siquiera tuve que hacerlo yo. Era como si, de alguna forma, el destino se hubiera apiadado de mí llevando a cabo mi venganza.

Me contaron que salías de la oficina y que, al cruzar la calle, un loco te había atropellado y se había dado a la fuga. Lo había imaginado tantas veces… Siempre volvías a casa antes que yo, y muchos días incluso me asomaba por la ventana deseando que ocurriera. Por desgracia, esa tarde no me asomé, tenía demasiado trabajo y me despisté. Es una pena, me habría encantado ser testigo de lo ocurrido.

A pesar de todo, necesitaba asegurarme, tenía que verlo por mí misma. Fui corriendo hacia el ascensor y pulsé el botón que me llevaría a la planta baja. Las puertas se cerraron y, de repente, sentí como me faltaba el aire. ¿Y si eras tú de verdad? Si tanto lo había deseado, ¿qué me pasaba ahora?

Resulta extraño contarte todo esto ahora que ya nada tiene remedio, ahora que no puedes oírme. Quiero que sepas que no te guardo rencor y que lo que pasó entre nosotros fue un enorme malentendido. Siento no haberme dado cuenta antes. De haberlo hecho, no habría fantaseado con tu muerte del modo en que lo hice y, probablemente, habría podido esquivar aquel coche. Supongo que ahora nunca lo sabremos, ¿verdad?

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jueves, 21 de abril de 2011

Cuentacuentos (28)

Frase de Angelical.

La complicidad se asomaba a sus ojos, no dejarían pasar aquella oportunidad. Como años atrás, con sólo una mirada conseguían leer la mente del otro. Les inundó la nostalgia por un momento y el tiempo pareció detenerse. En apenas unos segundos, recordaron cientos de travesuras compartidas, trastadas únicamente posibles gracias a su extraordinaria conexión fraternal.

Siempre se ha dicho que los gemelos comparten un vínculo especial, pero el caso de estos hermanos era tan extremo que incluso llegaba a dar miedo. Nunca ha habido dos personas tan iguales y tan distintas al mismo tiempo. Según iban creciendo, sus diferencias se iban marcando cada vez más. Las diversas discusiones y los roces continuos deterioraron poco a poco su relación hasta acabar definitivamente con ella.

Casi sin darse cuenta, llevaban ya nueve años sin saber el uno del otro. No se habían visto, no habían hablado, no permitían que nadie les diera información del otro. Sus vidas habían tomado caminos totalmente opuestos y ambos se mostraban conformes con esa situación. Quizá hubiera alguna razón para ello y fuera cosa del destino, aunque nunca se lo habían planteado.

Ahora estaban el uno frente al otro, emocionados por el aluvión de recuerdos y aterrados ante lo que les esperaba. Un instante, una sola mirada, y supieron lo que pasaba por la mente del otro. Sabían que, si se paraban a pensarlo, perderían su oportunidad. Con una simultaneidad sorprendente sellaron sus destinos para siempre.

Poco después, un vecino llamó a la policía asegurando que había oído un disparo en un callejón al lado de su casa. A los pocos minutos, unos agentes llegaron al lugar del crimen. Cuando se adentraron en el callejón, descubrieron dos cuerpos sin vida y un único charco de sangre tiñéndolo todo de rojo.


jueves, 14 de abril de 2011

Cuentacuentos (27)

Frase de Jara.

Contó hasta tres y desapareció. Llevaba mucho tiempo preparando aquel truco. Sabía que sería algo grande y precisamente por eso lo mantenía en secreto.

Contó hasta tres. Fueron apenas unos segundos pero a mí me pareció una eternidad. No me lo esperaba. Tanto tiempo intentando quitarle de la cabeza la idea de ser un mago de verdad, y ahora ahí estaba, frente a mí, dispuesto a sorprender a todos con su actuación estelar.

Uno.” Pensé en la ilusión que siempre tuvo por hacer magia. Inmediatamente después, recordé cada fracaso, su frustración al ver que nada salía como esperaba, mi impotencia al no poder consolarle.

Dos.” Esperaba tener que consolarle esta vez. No era una buena idea y realmente quería que algo saliera mal, o que ni siquiera llegara a intentarlo. ¿Cómo podía llamar a eso “espectáculo”?

Tres.” Desapareció de mi vista tras pronunciar esa palabra. Lo había conseguido, aunque hasta ese momento yo estaba convencida de que no lo haría.

Ése fue su gran número final. Todos le recordaremos por ello, y estoy segura de que, esté donde esté, él se estará regodeando por haberlo logrado. Yo, sin embargo, aún no le he perdonado que aquella noche desapareciera para no volver nunca más.


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lunes, 4 de abril de 2011

Cuentacuentos (26)

Frase de Sechat.

Continuación de Cuentacuentos (25)



Nunca antes había visto una mirada como la del tuareg que tenía enfrente en ese momento. Realmente él no era un tuareg, pero después de esa noche empezó a llamarle así.

Tras una semana de nervios e inseguridades, aquella noche se encontró cenando con él. Era una sensación rara, se había imaginado aquel encuentro tantas veces que no sabía si era real o era otra de sus fantasías.

Cuando abrió la puerta, le invitó a entrar. Le temblaban las piernas, intentó disimularlo lo mejor que pudo. Esos ojos, esa sonrisa… por un momento se quedó mirándole en silencio. Probablemente no se dio cuenta de que pasaba el tiempo, o quizá no sabía qué decir.

- ¿Qué tal os ha ido sin mí esta semana? ¿Me habéis echado de menos?

¿Que si le había echado de menos? No sabía qué contestar. Había decidido sincerarse con él, pero necesitaba un poco de ayuda.

- Bueno… pues como siempre… - se sonrojó y sonrió tímidamente. - ¿Una copa de vino para abrir boca?

Cogió un par de copas de la vitrina del comedor y sirvió un poco de vino en cada una. Al mismo tiempo, empezaron a hablar del trabajo, de lo que a él le había llevado fuera esa semana, de reuniones, clientes y decisiones que tendrían que tomar. Eso no era lo que ella había imaginado. Poco a poco, su sonrisa se fue borrando y empezó a pensar que sus temores eran justificados y que aquella cena sólo era una reunión de trabajo más.

- Perdona, te estoy aburriendo con todo este rollo del trabajo…

- No, para nada. Si todos nos preguntábamos cómo te había ido – y volvió a sonreír, aunque esta vez había forzado el gesto con la esperanza de que él no captara su decepción.

- Bueno, ¿y no se come en esta casa? Porque me prometiste una cena y de momento sólo has intentado emborracharme… - Ambos rieron. Él intentando deshacerse de la tensión que se palpaba en el ambiente, ella en parte aliviada por el cambio de tema.

Ella fue a la cocina y volvió con dos platos de arroz con curry. Él sonrió.

- Es arroz con curry, ¿verdad? ¿Cómo sabías que era mi plato favorito?

- ¿Ah, sí? No lo sabía – apartó la mirada tratando de que no descubriera que mentía. – Espero que esté bueno, es la primera vez que lo hago.

- A ver… - y probó un poco. – Pues sí que está bueno, ¿eh?

- ¿De verdad? – preguntó emocionada. Esta vez no pudo, ni intentó, esconder su alegría.

- – sonrió –, y mira que es difícil que me guste un arroz con curry que no sea el de mi madre.

- ¿Es su especialidad?

- Algo así… Cuando era joven, estuvo viajando por el mundo y aprendió un montón de cosas. Tiene un montón de historias de aquella época. Pero la verdad es que a mí lo que más me gusta es su arroz con curry. Estuvo viviendo un tiempo en un pueblecito indio, en casa de una mujer que le enseñó cómo hacerlo. Tiene algún truco especial o un ingrediente secreto, estoy seguro, pero aún no he conseguido que me lo cuente. Quizá algún día…

Empezó a ponerse nerviosa otra vez. ¿Cómo pretendía competir con la receta de su madre? Tenía que seguir hablando, no podía permitirse que hubiera un silencio incómodo en ese momento o todo sería tan evidente que no podría seguir fingiendo.

- Vaya… ¿así que tu madre es una aventurera?

- Lo era hasta que nací yo. Cuando supo que estaba embarazada volvió a España.

- ¿Y eso? ¿Cómo conoció a tu padre entonces?

- Pues es una historia muy curiosa. Llevaba un tiempo viajando por el norte de África y soñando con conocer el Sáhara. Sin embargo, siempre había algo que le impedía atreverse por fin a visitar el desierto. La gente que encontraba en su camino le advertía que no era seguro para alguien como ella, que no conocía bien el lugar y podría ser peligroso. Por eso, pasó meses con la idea en la cabeza pero nunca se arriesgó por miedo a que tuvieran razón.

Estaba tan ensimismada escuchando la historia que apenas se dio cuenta de lo que estaba pasando. Él seguía hablando, pero se había levantado y caminaba lentamente hacia la silla que quedaba libre justo a su lado.

- El caso es que un día – continuó – se armó de valor y se adentró en el desierto. No me digas cómo o por qué lo hizo, supongo que fue cosa del destino.

- ¿Del destino?

- Sí, claro. Si no lo hubiera hecho yo no habría nacido.

- ¿Por?

- Porque, como le habían advertido, el desierto era demasiado duro para ella y casi no consigue salir de allí.

- No te sigo…

- Verás – le dijo sonriendo. – A los pocos días de comenzar su aventura se vio sin comida y sin agua en el desierto y, como te he dicho, casi no lo consigue. Llegó incluso a perder el conocimiento. Por suerte, un tuareg la encontró y le salvó la vida.

- ¿Y ése era tu padre?

- No.

- ¿Entonces? ¿Conoció a tu padre después? No entiendo nada…

- No lo entiendes porque no quieres verlo. ¿Cómo puedes no darte cuenta?

- ¿De qué?

Sonrió una vez más. Se acercó lentamente a ella, primero rozando su larga melena y jugueteando con sus rizos, después acariciando su cara con más ternura de la que ella podría haber imaginado. La miró fijamente a los ojos por un instante para acabar susurrándole al oído:

- Es todo mentira. Pero necesitaba darte una razón para que esta vez no salieras corriendo. ¿Qué dices? ¿Te adentras en el desierto conmigo?

Sus pensamientos iban demasiado rápido como para procesar tanta información y comprender lo que estaba ocurriendo. Su corazón latía aún más rápido, tanto que incluso le costaba respirar. Eso no era lo que ella había soñado, era aún mejor, y le estaba pasando de verdad. ¿Qué la paralizaba entonces?

- Te quiero… - y la besó apasionadamente sin darle tiempo a reaccionar.

Desde entonces, ella siempre ha contado la historia de cómo un tuareg le había robado el corazón cenando arroz con curry en algún lugar del Sáhara.


martes, 29 de marzo de 2011

Cuentacuentos (25)

Frase de Larisavel.

La casa se inundó de un olor a arroz con curry. Era la primera vez que cocinaba para él. Era su plato favorito. Estaba decidida a que todo fuera perfecto esa noche, incluido ese plato que nunca había cocinado.

Llevaba toda la semana preparando aquella cita. Desde el mismo momento en que él le propuso ir a cenar a su casa no había podido pensar en nada más. Había llegado a sentirse estúpida, fantaseando con una cita que no tendría lugar. “Sólo es una cena” se repetía una y otra vez, pero en cuanto se descuidaba se descubría a sí misma dejando volar su imaginación.

Habían pasado varios meses trabajando juntos, y él parecía no verla. ¿Cómo podía ignorarla de esa forma? Ella, aunque lo intentaba, no podía evitar pensar en él a todas horas. Se fijaba en cada pequeño detalle, incluso en qué comía cada día, por eso sabía que el arroz con curry le gustaba tanto. A veces se quedaba embobada mirándole, soñando con que algún día él por fin se fijaría en ella y todo cobraría sentido. También había pensado en lanzarse, claro, pero siempre ocurría algo y se echaba atrás. Luego se arrepentía, lo que hacía que se sintiera aún peor y no tuviera el valor suficiente para volver a intentarlo.

Pero ese día era su oportunidad. Tenía que ser eso. ¿Por qué iba a querer cenar con ella si no era eso? Sin embargo, algo en su interior se negaba a creerlo, tenía que haber algo más. Seguro que había algo importante que organizar para la empresa, algo urgente que no podía esperar al lunes. Y claro, una cena era más que conveniente, él había pasado toda la semana fuera, trabajando. Seguro que lo último que le apetecía era ir directamente a la oficina desde el aeropuerto y por eso había sugerido que cenaran juntos.

Estaba nerviosa. Histérica. Atacada de los nervios. Muerta de miedo y emocionada a la vez. Correteaba de un lado a otro de la casa sin saber muy bien por qué. La mesa ya estaba preparada, pero nunca la veía perfecta. Se había cambiado tres veces de ropa. No quería que pensara que se había arreglado demasiado. Tampoco quería que creyera que recibía a las visitas vestida de cualquier manera. Sólo faltaban unos minutos, el arroz ya estaba casi listo y ella no sabía si quería que llegara el momento que llevaba esperando toda la semana.

Intentó calmarse. No podía dejar que él la viera así. Una cosa era no conseguir lo que quería y otra muy distinta era hacer el ridículo. Decidió centrarse en el arroz, tenía que quedar perfecto. Si eso iba bien, el resto saldría rodado. Lo probó. Se sintió aliviada, no había quedado nada mal para ser la primera vez. Sólo un toquecito de sal y tendría un plato estupendo.

Sonó el timbre. Ya no había vuelta atrás. Era ahora o nunca. Tenía el plato perfecto, había preparado la mesa como nunca, se había vestido para él. Tenía que lanzarse. No podía seguir así. Necesitaba saber si todo aquello iba a alguna parte. Esa podría ser la mejor noche de su vida. O no… Se acercó a la puerta intentando no pensar, esta vez no quería buscar excusas. Abrió la puerta…

- ¡Hola! Pasa, pasa…


miércoles, 16 de marzo de 2011

Cuentacuentos (24)

Frase de Roc.

De repente un día, todo comenzó de nuevo. Nadie se imaginaba lo que estaba a punto de pasar en aquella localidad costera, pero lo que se puso en marcha aquella tarde ya era inevitable.

Luis había salido con su perro Max como cada tarde después del trabajo. Normalmente paseaban por pequeños caminos en las afueras de la ciudad, pero ese día estaba cansado y no quería ir muy lejos, así que decidió ir a un parque cercano a su casa. No le gustaba nada estar rodeado de tanta gente y por eso no iba más a menudo al parque. Sabía que a Max le encantaba jugar con los demás perros, pero él odiaba tener que dar conversación a sus dueños. Se sentía extremadamente incómodo entre desconocidos, y ni siquiera lo mucho que adoraba a Max le ayudaba a vencer esa sensación.

Cuando se disponía a volver a casa, algo llamó su atención. A lo lejos, se acercaba la chica más hermosa que había visto en toda su vida. A pesar de su actitud habitual respecto a los desconocidos, no podía dejar de mirarla. Su corazón empezó a latir con tanta intensidad que por un momento creyó que se le salía del pecho. Nunca había deseado tanto a nadie.

Mientras tanto, Max luchaba por escapar de su correa. Parecía agitado y el hecho de que su dueño no se diera cuenta de lo que estaba pasando le enfurecía aún más. Cuando Luis salió del trance en el que había caído, no podía creer lo que tenía ante sus ojos. “Max, ¿Qué te pasa? ¿Por qué gruñes de esa manera?”. Siempre había sido un perro tranquilo, nunca le había visto así. “Venga, cálmate, ya nos vamos a casa.

La escena se repitió día tras día durante algo más de un mes. Luis había empezado a ir al parque todos los días esperando verla. Cuando la encontraba, se quedaba embobado mirándola, como embrujado por su belleza, hasta que los gruñidos de Max le traían de vuelta. Entonces, volvía a casa para tranquilizarlo.

Mientras tanto, los vecinos comentaban el cambio en las costumbres de Luis.

- ¿Os habéis fijado en el vecino del segundo? Pasa horas en el parque con su perro.

- Yo le he visto alelado mirando a la chica esta que se mudó el mes pasado al bloque de enfrente.

- ¿En serio? Pues que se ande con cuidado, que es muy rarito.

- Y eso que no has visto como la mira… Yo soy ella y pedía una orden de alejamiento. Te aseguro que eso no es normal.

Ajeno a las opiniones de sus vecinos, un día se armó de valor y decidió lanzarse. Creía que no tenía ninguna posibilidad, pero quería intentarlo de todos modos. De alguna forma, sentía que tenía que hacerlo. Dejó a Max en casa, porque siempre que había intentado acercarse a ella él se ponía cada vez más violento.

Cuando llegó al parque, no tardó en encontrarla. Se acercó tímidamente a ella…

- Hola, soy Luis. Te veo todos los días y… – dijo tartamudeando.

- Lo sé, yo también te he visto con tu perro. ¿No te lo has traído?

- Ah sí, Max… No, hoy lo he dejado en casa – y se le escapó una risilla nerviosa. – No me has dicho tu nombre…

- Es verdad, perdona, soy Marina.

Empezaron a pasear mientras seguían conversando. Él cada vez estaba más cómodo a su lado, tanto que no parecía darse cuenta de que todo el mundo se les quedaba mirando. Ella, por el contrario, se mostraba inquieta, y no paraba de mirar de un lado a otro. Al cabo de un rato, desaparecieron de la vista de todos.

Nadie se imaginaba lo que estaba a punto de pasar. De haberlo sabido, alguien les habría seguido para tratar de evitarlo, pero ya era demasiado tarde…

[…]

El informativo local abrió con la siguiente noticia la noche siguiente:

Esta tarde han encontrado el cadáver de un chico de 32 años en su domicilio. Al parecer, los vecinos se quejaron de que su perro estaba ladrando mucho y, al no obtener respuesta, avisaron a las autoridades. Se cree que ha podido ser un suicidio, aunque habrá que esperar a la autopsia. La policía ahora investiga la desaparición de una chica a la que el joven presuntamente acosaba desde hace algún tiempo, según el testimonio de varios vecinos. Nadie la ha visto desde ayer por la tarde cuando paseaba con el joven por un parque cercano a su casa. Aunque no hay una versión oficial por el momento, la policía se teme lo peor…

Varios hombres comentaban la noticia en un bar del barrio. “A mí nunca me gustó ese chico, decía uno. “Ya sabía yo que algo así iba a pasar tarde o temprano”, aseguraba otro.

Lo que ninguno sabía es que, en ese mismo instante, Marina estaba en la playa sana y salva. Sonreía, satisfecha tras un trabajo bien hecho. No sólo había conseguido el alma que había venido a buscar y que le ayudaría a sobrevivir en su mundo una buena temporada, sino que nadie sospecharía de ella. Aunque así fuera, no podrían encontrarla, pero siempre le había gustado jugar con sus víctimas. Con Luis había sido extremadamente fácil, y no desaprovechó la ocasión. El único que sabía la verdad era Max pero, ¿iba a delatarla un perro? Su secreto estaba a salvo.

Se quitó la ropa y la tiró al mar lo más lejos que pudo. Supuso que, si encontraban la ropa, acabarían por confirmar su muerte y dejarían de buscarla. No quería dejar ningún cabo suelto, sabía lo que les pasaba a los que dejaban el rastro de su secreta existencia. Ahora ya podía irse tranquila. Entró en el agua y, en apenas unos segundos, desapareció.


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