miércoles, 1 de febrero de 2012

Cuentacuentos (37)

Frase de… ¡MI FRASE! :D
Continuación de Cuentacuentos (35) y Cuentacuentos (36)

- No pienses que te voy a pedir perdón, porque no lo haré.
- Ethan, el plan era traerla aquí. No sé qué es tan complicado.
- ¿Por qué tenemos que hacer esto? ¿No podemos dejarla en paz? No recuerda nada…
- De momento hijo, de momento.
- No voy a seguir con esto, no me parece justo.
- No me digas que te has enamorado de ella… Muy tierno Ethan, pero muy poco práctico.

Ethan pensaba en los últimos meses, cómo su madre había encontrado a Violet y le había pedido seducirla. ¿Qué quería de ella? Prefería no preguntárselo, sabía que su madre escondía algo, pero vivía más tranquilo sin saber de qué se trataba concretamente. Pero ahora era distinto, había aprendido a querer a Violet y no podía dejar que nadie le hiciera daño.

- La protegeré de ti, no se merece esto.
- Haré lo que tenga que hacer, lo sabes.
- Me da igual, madre.

No era cierto, hasta ese momento creyó que podría hacer que su madre entrara en razón. ¿Qué era eso tan horrible? Estaba confuso, no quería traicionar a su madre. Nunca le había llevado la contraria. Por otra parte, Violet no tenía culpa de nada, y ni siquiera recordaba lo ocurrido, fuera lo que fuera. Estaba decidido a ayudarla, aunque eso supusiera enfrentarse a su madre.

- ¿Ah, sí? ¿Crees que puedes hacer algo por ella? Inocente…
- ¿Y qué piensas hacer para impedirlo?
- Lo que haga falta.
- ¿Por qué es tan importante para ti?
- ¿No te das cuenta? Ella puede cambiarlo todo.
- ¿Cómo? No entiendo nada.
- No es asunto tuyo.
- Nunca pisará esta casa.
- Eso te crees tú.
- No lo permitiré.
- Muy bien Ethan, no me dejas otra opción.

Ethan miró a su madre horrorizado, como si en ese momento hubiera visto todo lo que estaba a punto de ocurrir. Su madre le miró fijamente y pronunció unas palabras que no fue capaz de identificar pero que, curiosamente, le resultaron extrañamente familiares. A continuación, notó cómo sus pies se despegaban del suelo, levantándolo unos centímetros en el aire. Quiso gritar, pero no pudo. Quiso salir corriendo, pero estaba paralizado. Tan sólo unos segundos más tarde, caía escaleras abajo, sin poder hacer nada por remediarlo.

[…]

Violet entró en el salón con lágrimas en los ojos.

- Diane, ¿qué ha pasado? ¿Cómo…?
- Violet… - contestó con apenas un hilo de voz – Aún no me lo creo, llegué del jardín y lo encontré ahí tirado... No sé, no pude, no… - y rompió a llorar.

Violet se sentía culpable, en su interior sabía que la muerte de Ethan había sido una amenaza. Ahora estaba decidida a descubrir quién iba tras ella, no permitiría que nadie más sufriera. Abrazó a Diane y le susurró al oído:

- No te preocupes, encontraremos a quien ha hecho esto, te lo prometo.

Continuará...

martes, 24 de enero de 2012

Cuentacuentos (36)

Frase de Sechat.
Continuación de Cuentacuentos (35)

Hay vergüenzas que un hombre debería llevarse a la tumba, pero no va a ser mi caso. Nunca te dijimos la verdad, aunque probablemente hayas sospechado algo. Sé cómo te has sentido todos estos años y mereces una explicación.

Por muchas vueltas que le doy, no hay un modo fácil de contarte esto. Sólo espero que algún día entiendas que, si no lo has sabido antes, es porque te queríamos y nos preocupábamos por ti. Realmente no eres hija nuestra, aunque te criamos y te quisimos como si lo fueras. Sé que apenas recuerdas tus primeros años, y hay una razón para ello. Siento no poder explicártelo ahora, pronto lo averiguarás.

Espero que algún día llegues a entender por qué te ocultamos la verdad. De hecho sé que lo comprenderás, te lo prometo. Ahora no puedes fiarte de nadie, sólo debes tener paciencia e intentar recordar. Sobre todo ten mucho cuidado, ahora que ni tu madre ni yo estamos contigo te estarán buscando.

Ya no puedo protegerte, pero sé que conseguirás vencerles. Asegúrate de que nadie más lee esta carta, destrúyela en cuanto la leas, mereces saber la verdad pero no quiero ponerte en peligro. Debes confiar en mí, me siento tu padre y te quiero. Nunca olvides eso.”
Violet no podía creérselo, toda su vida había sido una gran mentira. La rabia se apoderó de ella, no podía derramar una lágrima más. Llevaba dos días llorando la muerte de su padre, y ahora no sabía cómo sentirse. ¿Era verdad lo que decía la carta? ¿Estaba en peligro? ¿Por qué?

Hasta entonces no había reunido el valor suficiente para entrar al despacho de su padre y recoger sus cosas. Él sabía que tarde o temprano iría allí, sabía que se sentaría en su sillón, frente a la chimenea, y que hojearía precisamente ese libro. Él sabía que encontraría su carta. ¿De quién intentaba protegerla?

- Violet, ¿todo bien? – le preguntó su novio asomando su cabeza por la puerta del despacho.

- Sí, no te preocupes Ethan.

- ¿Y esa carta? ¿Era de tu padre?

- No, sólo son unas notas viejas, nada que merezca la pena conservar – y tiró la carta a la chimenea.

Ethan sonrió y, con un gesto de sus brazos, le indicó que debían irse. Violet asintió, dejó el libro sobre la mesa y salió del despacho tras Ethan.

Continuará…

martes, 17 de enero de 2012

Cuentacuentos (35)

Frase de Roc.
Reto: Frase al final del relato.

Había sido un día muy largo. El pequeño Alex había estado especialmente insoportable desde por la mañana, pero se acercaba el peor momento del día: la cena.

Violet sabía que cuidar de ese demonio disfrazado de niño de siete años no era el trabajo de su vida, pero se vio obligada a aceptarlo. Esperaba poder encontrar algo mejor en unos meses, pero aún no había decidido qué. Tenía la sensación de no encajar en ningún sitio y dejaba pasar el tiempo intentando descubrir su verdadera vocación.

La madre de Alex le había dejado acelgas para la cena. “Qué maja,” – pensó – “como no se las tiene que dar ella…”. Y es que si había algo que Alex odiaba de verdad eran las acelgas. Las odiaba con toda su alma. No podía ni verlas.

Violet miró el reloj, llegaba la hora de la cena. Se armó de valor, buscó la poca paciencia que le quedaba, y exclamó:

- Alex, ¡a cenar!

- Por fin. ¡Me muero de hambre! – Entonces, vio el plato sobre la mesa – Pero qué asco, eso no será para mí, ¿no?

- Claro que sí, es lo que ha dejado tu madre.

- Pues no lo quiero, hazme otra cosa.

- Tienes que comértelas, ya lo sabes.

- Pues no me da la gana, cómetelas tú.

La discusión siguió un par de minutos, pero Violet sabía que llevaba todas las de perder si seguía por ese camino. De repente, se quedó callada un instante pensando la mejor forma de engañar a Alex.

- Bueno, entonces… ¿qué me vas a hacer para cenar?

- ¿Sabes qué? No te las comas, me da igual, es tu problema.

- Le voy a decir a mamá que me dejas no comer acelgas.

- Como quieras, pero el que te arriesgas eres tú.

- A mí igual me castiga, pero a ti seguro que te echa. ¿Quieres que te eche? Qué tonta…

- No sabes lo que les pasa a los niños que no se comen las acelgas, ¿verdad?

- Uy sí, qué miedo…

- Pues una vez, una niña no se comió las acelgas para cenar y…

- ¿Y qué?

- Pues que se quedó sin cenar. Pero eso no tiene nada que ver, los problemas vinieron por la noche, cuando estaba en su cama.

- Sí claro, el monstruo de las acelgas vino y se la comió. No creo en los monstruos, ya soy mayor, ¿sabes?

- No, un monstruo no. Pero, cuando se estaba quedando dormida, oyó un ruido al fondo del pasillo. Tenía miedo, así que escondió su cabecita bajo las sábanas y cerró los ojos muy fuerte para intentar dormirse pronto.

- Eso también lo hacía yo de pequeño, y nunca pasaba nada. Me dormía y al día siguiente todo estaba normal.

- Pues ella no se pudo dormir, porque alguien la cogió en cuello y se la llevó. No pudo ver quién, la sábana tapaba su cara…

- Sí claro…

- …y la sacaron de su casa, lo supo porque hacía frío y podía oír el ruido del viento entre los árboles, y tenía miedo, quería gritar y llamar a su mamá, pero no podía hablar, – Violet seguía hablando, cada vez más rápido y ajena a las burlas de Alex, como si no pudiera escucharle, como si no pudiera callarse – y escuchó a gente hablar en otro idioma, algo que no había escuchado nunca, algo que le daba más miedo que el que había sentido antes, algo que…

- ¡Cállate! – gritó Alex llorando desconsoladamente – Va a venir mamá y te va a echar por contarme esas cosas, eres mala, eres tonta, y a mí eso no me va a pasar porque mamá y papá me van a cuidar. ¡Tonta!

Violet reaccionó de repente. Con el grito de Alex salió de su trance y empezó a pensar. ¿De dónde había sacado esa historia? Nunca la había oído y, aun así, le resultaba extrañamente familiar. ¿Un recuerdo tal vez? No podía ser. Un escalofrío recorrió su espalda.

Miró a Alex y pudo ver que el miedo se había apoderado de él. A pesar de todo, tan solo era un niño pequeño aterrado por la historia que acababa de oír. ¿Cómo podía ser tan cruel con él? Decidió mentirle y hacerle creer que se lo había inventado, así Alex cenaría tranquilo y se iría a dormir:

- No llores, era sólo una historia para que te comieras las acelgas.

- ¿Continuará? -

miércoles, 11 de enero de 2012

Cuentacuentos (34)

Frase de Angelical.

Abrió la puerta muy despacio y contuvo la respiración. Lo hizo para no perder los nervios, pues los niños seguían a lo suyo.

Se acercó a la mesa donde estaban ellos y nada cambió. Nada, como si ella no estuviera allí. Seguían hablando, discutiendo quién era amigo de quién y qué deberes había puesto la profe ese día.

- Pero yo esos no los tengo que hacer porque ya los hice antes.

- Pues no los hiciste bien porque dijo que copiaras los enunciados en la libreta y lo hiciste mal.

- ¿Y a ti qué más te da cómo los hice yo? No es tu problema, déjame.

Cuando consiguió que trabajaran en silencio, se sentó en su mesa y empezó a preparar las fichas que harían luego. Pero no debió confiarse. Levantó la mirada y vio cómo las mesas habían cambiado de lugar.

- ¿Qué os he dicho de las mesas? No las mováis, que luego me toca colocarlo todo antes de irme.

Unos volvieron a colocar bien las mesas. Los demás reían la gracia de sus compañeros.

Un par de minutos más tarde, empezó a oír un ruido. Miró a los niños, parecía que no pasaba nada. Parecía. Dos niñas, que se supone que eran amigas, se estaban dando patadas por debajo de la mesa. Al darse cuenta de que la profesora las veía, no pararon, sólo se quejaban la una de la otra.

- Pero mira profe, ¡si es ella la que empieza!

- No seas mentirosa. Profe, yo no soy, pero si ella me pega me tengo que defender.

Acabó separándolas. No era la mejor solución, pero no le apetecía seguir intentando convencerlas. Le dolía la cabeza.

- Profe…

- ¿Sí?

- ¿Hoy no vamos a jugar a nada como el otro día?

Sí claro”, pensó la profesora, “con lo bien que os estáis portando hoy como para dejaros jugar”.

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Por suerte, mis niños del cole no son siempre así, aunque a veces se parecen bastante a los de la "historia". Menos mal que son sólo dos tardes a la semana... Si no, ellos me odiarían y yo probablemente me volvería loca. :)

lunes, 2 de enero de 2012

Cuentacuentos (33)

Frase de Níobe.

Ese gato tiene razón y la ha tenido siempre. Ya desde el primer día te miraba raro, y a mí me gustaba imaginar lo que pasaba por su cabecita. Me he pasado horas y horas mirando sus fieros ojos, intentando averiguar sus pensamientos.

Un día quisiste sorprenderme, y me llevaste a la protectora de animales. Buscando la mascota ideal, nos encontramos con él, escondido entre las patas de una silla, y me enamoré de él. Te alegraste de que quisiera un gato, nunca te han gustado los perros. Nos lo trajimos a casa y, desde entonces, he pasado casi más tiempo con él que contigo.

Ahora puedo decirte que no lo pensaste bien, me lo regalaste como un juguete porque querías tenerme entretenida, pero pronto se convirtió en un buen amigo y, poco a poco, en una verdadera inspiración. Solamente con mirarle sabía que no estaba sola, parece increíble que lo que para ti era un simple gato significara tanto para mí.

Le llamé Pako. Para ti era un nombre estúpido para un gato. Dejé que lo creyeras, dejé que te rieras de mí por ponerle al gato el nombre de tu tío el del pueblo, dejé que no vieras lo que has tenido delante todo el tiempo. Ni siquiera ahora te das cuenta de tu error, ¿verdad?

Te lo he dicho y te lo repito, ese gato tiene razón. Siempre lo ha sabido todo de ti, y no sólo por lo que ha tenido que presenciar, lo supo incluso antes de conocerte. Recuerdo sus enormes ojos color miel clavados en ti el día que fuimos a la protectora, en ese momento supe que tenía que ser él y ningún otro.

Sé que no te has percatado, pero ese gato ha sido mi salvación. Todos los días, cuando te marchabas de casa para ir a trabajar, Pako esperaba pacientemente unos segundos hasta que oía la llave girar en la cerradura. Entonces, venía a la habitación y, de un salto, se subía a la cama y se acurrucaba junto a mí. Era mi mejor amigo, mi único amigo.

Los días que habías salido con tus amigos, cuando os tomabais unas cuantas copas de más, esperaba a que el alcohol hiciera su efecto y te desplomaras en la cama hasta el día siguiente. Él maullaba para que fuera con él al salón, lamía mis manos y, aunque no te lo creas, conseguía que me sintiera mejor.

Hace tres días que Pako se fue, y tú ni siquiera lo has notado. Supongo que por fin ha hecho honor a su nombre, aunque para ti siga siendo una chorrada. De hecho, siempre te ha hecho gracia que estudiara idiomas, especialmente esos que, según tú mismo decías, no servían para nada.

Ahora ya es tarde, pero, si me hubieras escuchado alguna vez, sabrías por qué el gato se llamaba Pako, ya habrías entendido lo que intento decirte y no estarías en esta situación. Por suerte para mí, sólo eres un idiota que ha tenido demasiada buena suerte hasta ahora.

Y es que ese gato tiene razón, la única solución es dejarte, aunque signifique no saber qué pasará mañana. Cuando vi que Pako no volvía, comencé a perder la esperanza y pensé que todo volvería a ser como antes. Sin embargo, esta mañana algo cambió.

Te fuiste como cada día dando un fuerte portazo. Después, como siempre, oí que volvías a introducir la llave en la cerradura y, tres vueltas después, la sacaste para irte a trabajar. De repente, me pareció escuchar un maullido. Pensé que me había vuelto loca, pero ahí estaba Pako, en el balcón, golpeando el cristal con su patita.

Resulta irónico que tú me hayas regalado a Pako porque, desde ese momento, supe que algún día él me ayudaría a escapar de ti. De hecho, ‘Pako’ significa ‘huida’ o ‘fuga’ en finlandés. Incluso ‘Paco’, que tan ridículo te parecía para un gato, viene de ‘Francisco’, cuyo significado es ‘libre’. Lo sabrías si te hubieras molestado en leer esos libros que creías inofensivos y comprabas para tenerme entretenida, pero que, al igual que el gato, han servido para que me libre de ti.

Ahora Pako ha hecho honor a su nombre y me ha inspirado para hacer lo mismo con el mío. No sé qué será de ti, y no me importa. Tampoco me preocupa qué pasará conmigo, nada puede ser peor que tú. Adiós.

- Victoria -

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martes, 27 de diciembre de 2011

Cuentacuentos (32)

Frase de Mundoyás.

Había luces tenues detrás de la puerta, que parecía entreabierta. Lo sabía porque había clavado sus ojos ahí, esperando poder escapar. Sin embargo, algo se lo impedía, no podía moverse ni hablar, estaba demasiado asustada. ¿Cómo había llegado allí?

Intentó rebuscar en su memoria algún detalle que pudiera explicar qué hacía en aquella oscura habitación. Repasó mentalmente lo que había hecho ese día con la esperanza de poder explicar su situación. Se había levantado temprano, como cada mañana, para ir a la oficina. Recordaba llegar al trabajo y sentarse frente al ordenador como todos los días. Nada parecía distinto, no comprendía qué había pasado.

Apenas habían transcurrido unos segundos desde que se percató de que estaba en ese cuarto, pero sentía que el tiempo se había parado para ella. En ese instante, se dio cuenta de que no era el miedo lo que la paralizaba. Alguien la tenía agarrada de la cintura fuertemente con su brazo derecho, por eso no podía moverse. Intentó gritar, pero esa misma persona apretaba con más fuerza si cabe su mano izquierda contra su boca. ¿Por qué estaba allí?

Un disparo. Sí, recordaba haber oído un disparo pero no lo que había pasado desde entonces. Empezó a preguntarse si eso era todo, si en cualquier momento otro disparo acabaría con su vida. Desde luego esa no era la idea que tenía en mente cuando decidió mudarse a esa ciudad.

“Shhh” ¿Por qué la mandaba callar? Si por más que lo intentaba no podía gritar, ¿qué sentido tenía pedir su silencio? Lo único que quería ahora es que, pasara lo que pasara, fuera rápido. No soportaba más la incertidumbre, quería que acabara ya. Deseó morir, sí, morir rápidamente para no seguir sintiendo lo que sentía.

Pensaba y pensaba, y cuanto más lo hacía, peor se sentía. Sabía que nadie la echaría en falta hasta que fuera demasiado tarde. Estaba segura, pues llevaba tres meses trabajando en esa oficina y no había hecho ni un solo amigo. Ni siquiera había conseguido una triste conversación frente a la máquina de café con ese chico que miraba embobada media mañana, mientras se supone que redactaba informes y revisaba facturas.

Oyó otro disparo, sólo que ahora no era un recuerdo y sonó realmente cerca. Notó como su captor la soltó rápidamente y la empujó hacia una esquina de la habitación, justo detrás de la puerta. Se giró, y lo único que vio fueron los ojos del hombre de sus sueños cerrarse, una herida de bala tras su hombro derecho y un enorme charco de sangre inundándolo todo.

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lunes, 19 de diciembre de 2011

Cuentacuentos (31)

Frase de Fernez.

Tenía la sensación de haber escuchado tantas veces esa canción que creía sabérsela de memoria. Sin embargo, a menudo se sorprendía escuchándola como si fuera la primera vez. Dependiendo de su estado de ánimo o situación, la letra parecía adquirir un significado completamente nuevo.

La mayor parte de los días, era una canción que le encantaba. Le hacía pensar en sus amigos. Casi instantáneamente, volvían a su mente infinidad de historias y aventuras vividas con todos ellos: los cafés a media tarde hablando de todo y de nada, las llamadas interminables, los viajes que habían hecho juntos, las bromas recurrentes y las historias que nadie más entendía, las noches de fiesta y los pequeños problemas que, lejos de separarlos, les habían unido más que nunca.

Otras veces había utilizado esa misma canción para aconsejar a sus amigos, especialmente si ya no sabía qué hacer o decir para que se sintieran mejor. Aún recordaba cómo, unos meses antes, le había dicho a una amiga que alguien que no está en los malos momentos no es un amigo. Prácticamente la había obligado a escuchar esa canción con ella para que sus palabras cobraran sentido. “No te preocupes por los que han desaparecido de tu vida ahora, porque no merecen tu amistad. En estas situaciones te das cuenta de quién es realmente tu amigo y quién no lo es. Es duro, pero te hace pensar, ¿no crees?” Su amiga asentía e intentaba sonreír. Sabía que lo que le decía era cierto, pero no por eso dolía menos.

Tristemente, esa canción no sólo le traía buenos recuerdos o le ayudaba a dar consejos. Había días que la letra parecía demasiado real, tanto que casi llegaba a odiarla. Y eso fue precisamente lo que ocurrió ese domingo lluvioso, cuando fue a visitarla y no supo reaccionar. No podía creerlo, ella era una de sus mejores amigas y sentía que tenía que estar ahí para ella pero, al mismo tiempo, sentía una tremenda impotencia al no saber qué decir, qué hacer o cómo ayudarla. Intentaba repetirse a sí misma que sólo con estar allí ya estaba haciendo mucho, pero esa idea no la consolaba.

Esa noche, cuando llegó a casa, sólo pensaba en escuchar esa canción. Quería volver a recordar los buenos momentos, quería el consejo que le había dado a su amiga meses atrás, quería olvidarse de lo inútil que se había sentido esa tarde y, sobre todo, quería poder ayudar a su amiga la próxima vez. Preparó un té, se acomodó en el sofá y empezó a escuchar…



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